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January 23, 2012

Les Amours Imaginaires - Xavier Dolan

Having a threesome often means dealing with very difficult personal issues. If you don’t succeed, then this strange relationship is doomed to fail. When Francis and Marie meet Nicolas, a young, blonde, rich and highly intelligent boy, their lives change. Although at first they try to deny it, they fall deeply in love with Nicolas.

Nothing can guarantee a healthy relationship, but here the protagonists embark upon an almost impossible journey. Nicolas acts like an unprejudiced and very liberal young man who doesn’t care about Francis’ homosexuality or Marie’s uptightness. As they become friends, Nicolas transforms himself into the object of desire of both Francis and Marie.

Nonetheless, nothing seems to indicate that Nicolas has feelings towards Francis, after all they have only shared a handful of meaningless –although rather intimate- moments: Nicolas had been roughhousing with Francis in the woods, and also, after sleeping together, Francis had noticed Nicolas’ leg rubbing against his own. These are just minuscule details but Francis starts to get obsessed about his young friend. At the same time, Marie convinces herself that Nicolas is the love of her life; she is now worried about Francis advances, and because of that their friendship might come to an end.
my sketch / mi boceto

Nicolas is very handsome and exudes a sex appeal unlike any other youngster, and it’s because of that that he turns into a symbolic phallus, ascribing to the genitality that condenses the nature of the object of desire. To explain this situation better, let’s remember that Marie keeps dating other men but she finds these dates dull and completely forgettable. Francis does the same, but as he has casual sex with other guys, he realizes that none of them can be compared to Nicolas. Erotic objects, for man, are frequently aberrant, multiple and interchangeable. This is why Francis can still have sexual intercourse with multiple partners, who have no real defining features, they are, after all, interchangeable and, ultimately, aberrant. Under these circumstances, Francis’ pain and suffering can only be subsidized by the tacit competition he maintains with his friend Marie. Jacques Lacan said once that no object of need and/or demand will ever satisfy the desire/subject. This is why Nicolas inserts himself in the realm of the phantasm; id est, he’s an idealized figure that can never defy reality nor exist in the real.

The more time Francis and Marie spend with Nicolas, the more elusive and ungraspable he becomes. As they get closer to him, a barrier, a distance, is made evident. When the objects of need are metabolized ('eroticized') into signifiers of desire by virtue of the demand, it's rather obvious that any object will do as "object" of desire, since none will do. When Francis is alone in Nicolas’s bedroom and starts smelling his pants and shirts, he cannot stop masturbating, evoking not the real boy but his traits, his invisible presence that has no place in the realm of the real. Nicolas, after all, is the object a, the object of desire, and since he is the target of men and women’s libido he’s also, in general terms, a nonexistent character. 

This doesn’t mean, however, that Nicolas’ presence or absence doesn’t have a profound effect in the lives of Francis and Marie. Director Xavier Dolan creates a fascinating group of characters and a really complex, intense and innovative story. Xavier Dolan is not only a magnificent writer and filmmaker, he’s also a wonderful actor (he plays Francis, although he also had a part in another gay-themed production: Miroirs d’été, which I reviewed a few months ago). Niels Schneider gives an astounding performance as Nicolas, and so does Monia Chokri. Not only is the acting great, but the cinematography in general and the soundtrack of this film are truly unforgettable. In the end, as Lacan explains to us, the object of desire is bound to impossibility… and that’s what the protagonists learn the hard way. Poignant, sad and powerful, Dolan’s film is a masterwork.      

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my pencisl / mis lápices

¿Quién no conoce a Superman? Las ventajas de ser un personaje ficticio es que la mortalidad está tan solo supeditada a las ventas y al éxito comercial. Si bien el Hombre de Acero ya no es lo que alguna vez fue, los cómics que salen mes a mes siguen teniendo su público, y el personaje continúa luchando contra la injusticia desde 1938 hasta nuestros días. En sus más de 70 años de existencia, muchas generaciones lo han conocido; aunque quizá no hayan leído un sólo cómic, Superman siempre ha estado allí, en lo que podemos llamar una “madurez detenida”. Personalmente, dejé de seguir sus aventuras al término de la etapa del genial británico-canadiense John Byrne, pero, cómo negarlo, de vez en cuando lo echo de menos. El libro de Constantino Carvallo Rey, “Donde habita la moral”, no sólo incluye sabias reflexiones filosóficas en torno a la educación y a la vida en general, sino también divertidas anécdotas personales que abarcan desde el fútbol hasta los cómics de súper-héroes. Los dejo, entonces, con un artículo escrito por Constantino a inicios de los años 80.




El Superman que yo conocí

El héroe es el hombre que vence a lo inhumano y que se revela como pariente de lo sobrehumano; su lección más honda puede resumirse así: hay que ser más y menos que hombre para llegar a ser hombre de veras.
Fernando Savater

Confieso que cuando era niño tenía un oscuro temor, una inquietud venida de no sé qué regiones ocultas de mi alma. Me turbaba imaginar mi futuro, sentía inseguridad ante mi desarrollo, ante mi propio crecimiento. A los doce años era flaquísimo y pequeño, ¿llegaría a tener el tamaño de mi padre, de los otros? ¿sería algún día fuerte, admirado, respetado? ¿me dejaría crecer la barba, los bigotes? En aquel tiempo se me antojaba posible quedarme, así, débil, delgado, lampiño. Y eso me parecía el fin, el fracaso. Intuía que para triunfar en la vida lo más importante era la fuerza, los músculos, la apariencia física. En el colegio nos mirábamos cada Abril, nos comparábamos, competíamos. En tres meses de verano cambiaban muchas cosas, uno podía convertirse en el más bajo de la clase, en el más débil. En la intimidad continuábamos espiándonos, mirándonos el cuerpo, viviendo atentos a los cambios de la voz, los centímetros, los músculos, los vellos. Pero la idea del mundo adulto como una jungla regida por la ley del más fuerte, no la saqué sólo de la escuela, también la publicidad de entonces me lo decía. Para triunfar, para ser feliz, lo fundamental era saber golpear, ser fuerte, desarrollar el cuerpo. Si alguien estaba perdido en el mundo adulto era el débil, el feo, el bajo. De esa época recuerdo perfectamente un anuncio que aparecía en la contracarátula de SUPERMAN, su maldecido texto era el siguiente: “¿Está usted orgulloso de su cuerpo, está satisfecho de vivir siendo la mitad del hombre que podría ser? yo también era un alfeñique de 44 kilos; la gente se reía de mi figura y se burlaba de mí. Me daba vergüenza desvestirme... era tímido... temía competir...”.
 

Sentía verdadero temblor al leer esto. A los alfeñiques la vida los barría, como a los tarados en Esparta. Ese anuncio nos enseñó a sentir vergüenza de nuestros cuerpos, a escondernos o exhibirnos, a desear ser grandes, fuertes, poderosos. El aviso lo hacía un fortachón vestido con una trusa de piel de tigre, era un tal Charles Atlas, un supermusculoso sujeto que había creado un método increíble. Con sólo 15 minutos diarios de "tensión dinámica" uno se volvía un atleta, los músculos crecían hasta "reventar las costuras" y los puños se transformaban en lo que debían ser: "poderosos martillos" para machucar a cualquiera. Gracias a los ejercicios se podía dejar de ser un alfeñique, un papanatas al que cualquiera le roba la mujer, la dignidad.

Afortunadamente estuvo Superman, con su propuesta diferente. Todos necesitamos admirar a otro ser; semejante, pero mejor; idéntico, pero más realizado. Para tener firmeza, para construir nuestra seguridad, nuestra confianza, necesitamos modelos, ejemplos, pruebas ideales de lo que podemos y debemos llegar a ser. Construimos mitos, los inventamos y nos dejamos luego conducir por ellos. Superman fue para mí eso, un mito, un héroe humano, entrañable, ayuda valiosísima en la edificación del carácter, de la personalidad. Frente a la oferta de Charles Atlas, con su mundo hostil y guerrero, Superman desplegaba otros valores, otras posibilidades de crecer, de ser humano. No fue un héroe hecho de músculos, ni un diestro en el manejo de máquinas, sino un ser moral, afligido por su condición más íntima: la doble identidad. La fortaleza de Superman radicaba en su victoria sobre sí mismo, en el vigor moral que le permitía mantener la soledad y la marginación, para permitir la eficacia del héroe. Quiero explicar esto, brevemente recordar los méritos de Superman, su vinculación con nuestras vidas.
Dedicatoria de Constantino para mí

LA SOLEDAD. EL DESARRAIGO
El planeta Krypton estalla, no hay salvación posible. Dos científicos, Lara Lor-Van y Jor-El, aceptan morir, pero su sacrificio, su gesto, permite a su pequeño hijo, Kal-El, salir en una cápsula interplanetaria segundos antes del estallido. Como en el mito de Moisés, Kal-El es adoptado en la Tierra por una pareja de humanos. Jonathan y Martha Kent. Crece y aprende en el mundo de los hombres, sin embargo no es completamente uno de nosotros. Su verdadera identidad, su ser más íntimo, está en otro tiempo, en otro espacio. Está en Krypton. La nostalgia lo acompaña, lo hace soñar, lo apena. Tiene poderes, pero no son sino la manifestación de su diferencia, de su marginalidad. La gravedad de la Tierra es menor que la de Krypton, por eso puede volar, elevarse en el aire. El único sol de la Tierra le concede ventajas, aumenta sus sentidos. Pero todo ello le dice, le evidencia, su origen, su distinta procedencia. Kal-El recuerda su mundo, lo extraña, comienza a conservarlo. Reúne todo lo que trajo de Krypton, pedazos de la cápsula, trozos de su tierra, objetos. Todo lo que llega, proviniendo de ese estallido, es recogido, atesorado. Kal-El construye con todos sus recuerdos un lugar donde sentirse íntegro, completo. En la región más fría de nuestro planeta, con bloques de hielo y agudas geometrías, construye Kal-El la fortaleza íntima, a la que bautiza con su pena: Fortaleza de la Soledad. Ahí reencuentra a su madre, a la que conserva como imagen, a su mejor amigo, Mon-El, condenado por una enfermedad a vivir en la zona fantasma y mantiene en una urna un pequeño pedazo de su planeta. Cuando la tristeza lo alcanza, Kal-El vuela hasta ese lugar al que nadie más puede llegar y se encierra tras la inmensa puerta de metal que lo aleja de este ajeno mundo.


LA DOBLE IDENTIDAD
Para vivir en la Tierra, para acomodarse en ella, Kal-El no elige simplemente la máscara del héroe; intenta, más bien, parecerse a los humanos. Acepta ser el hijo de los Kent, al que viste con una personalidad débil, tímida, torpe. Clark Kent es lo contrario del héroe, es más bien el alfeñique de 44 kilos que Charles Atlas nos enseñaba a despreciar. Usa anteojos, no sabe seducir a las mujeres, nadie le da crédito, nadie lo admira. Pero bajo su camisa de empleado dócil está la insignia del superhombre. Sus poderes son irrenunciables y Kal-El ha heredado la nobleza de sus padres, está obligado a luchar, a poner sus talentos al servicio de los otros. El kryptoniano Kal-El está pues dividido, es Clark Kent y es Superman. Dos seres igualmente desarraigados. La tragedia de Kal-El está en que debe mantener el secreto de esta doble identidad. No puede permitir que nadie conozca su verdadero ser, su origen. Y ganas no le faltan, permanentemente desea revelar su poder, responder a los que se burlan de Kent y decirle a Lois Lane que él es Superman, que ella ama al mismo hombre. Contra lo que nos sucede a muchos de nosotros, que mostramos a menudo más de lo que somos, que aparentamos y fingimos ser lo que no somos, Kent-Superman calla y oculta su poder, su fuerza, y enseña menos de lo que en realidad es, convirtiéndose en un mortal cualquiera. Esta es la tarea heroica de Kal-El y la fuerza que necesita no proviene de los músculos, es fuerza moral, brota de su capacidad de enfrentar la soledad, la falta de reconocimiento.


LOS PODERES
Kal-El elige el nombre perfecto, es “Superhombre”. Su mundo real era muy semejante al planeta Tierra, se diferenciaba en la gravedad y en los dos soles que iluminaban su planeta nativo. Esta diferencia le concede poderes, que no son otra cosa que facultades humanas llevadas a un grado superior. Tiene superoído, supervista, superfuerza, supermúsculos, supervelocidad, etc. Puede volar, pero lo hace en virtud de un impulso que le permite aprovechar esa distinta gravedad. Es, pues, un hombre más desarrollado. No es un héroe contranatural, como los actuales. No  emplea tecnologías extrañas, ni naves, ni aparatos insólitos. Su enemigo fundamental es Lex Luthor, que fue su amigo, pero al que involuntariamente le quemó la cabellera, dejándolo totalmente pelado. Por eso Luthor lo odia, pero su lucha es franca y terrestre. No emplea energía nuclear, ni rayos, ni máquinas cibernéticas. Pelea con la ayuda de su imaginación científica y su conocimiento de la química. Y emplea, sobre todo, la paradoja mayor de nuestro héroe: la kryptonita. Precisamente un pedazo de su suelo, un trozo de su patria, es el arma con la que puede derrotárselo. Su debilidad proviene de su pasado, de su origen.
 

SUPERMAN HOY
Kent-Superman pertenece al mundo humano. Tiene historia, biografía. Conocemos su infancia, su adolescencia, su madurez detenida. Tiene amigos -Jimmy Olsen es el más importante- tiene un jefe -Perry White del Daily Planet- y tiene amores imposibles, todos inician su nombre con las letras L.L. (Lois Lane, Lana Lang, etc.). Es un héroe de este mundo, está instalado en él. Contra lo que les sucede a los héroes actuales, que salen de la Tierra para remontarse a lejanísimas galaxias, Superman ha partido de una de ellas para habitar entre nosotros. Tiene los pies en la tierra, conserva la medida humana, es un hombre de calles y veredas.


He leído hace poco chistes últimos. Ya no es el mismo, lo han cambiado para hacerlo a la época actual, a sus maneras. En un mundo en el que la esquina se cerró, en el que el pinball reemplazó al billar, a la conversación, a la guitarra y los videocassettes al cine, el mito de Superman cojea, queda rezagado. La verdadera estrella es hoy la máquina, los efectos especiales. Los héroes importan sólo por sus atributos contranaturales, sus naves, sus armas, sus poderes. No tienen nervio, fibra, verdadera existencia. Por eso viven poco tiempo, son olvidados y reemplazados junto con los productos que ayudan a vender las galletas He-Man o los muñecos galácticos. A Superman le han renovado la apariencia. Ya no es tanto Clark Kent, ya no tiene el drama humano. Es, simplemente, superhéroe. La Fortaleza de la Soledad ha dejado de ser abierta con la llave inmensa y Superman no está ya solo, está mal acompañado. Batman, Flash, y otros héroes tontos han formado con él una compañía que presta servicios a domicilio: Los Campeones de la Justicia. Sus enemigos son infinitos y provienen de lejanísimas regiones a las que debe acudir para sostener cibernéticas batallas. Triste fin para un héroe inolvidable. Por eso es mejor no leerlo, cerrar los ojos y volver a ese tiempo, asistir otra vez al triunfo del alfeñique Kent sobre Charles Atlas, a la lucha eterna del héroe contra la soledad y la añoranza.


Constantino Carvallo Rey